Originalmente publicado en El Salto el 10 de septiembre de 2020.
Las crisis económicas y sanitarias que estamos viviendo forman parte de una crisis sistémica más global consecuencia de la degradación de nuestro orden socioeconómico. Esta degradación tiene detrás (entre otros factores) el cambio climático, la desestabilización ecosistémica y la reducción en la disponibilidad material y energética. Lo que estamos viviendo en los últimos meses (grandes incendios en Australia, tormentas devastadoras en el Levante, plagas de langostas en África y Asia, olas de calor extremo en el Ártico, pandemia de covid-19, gran crisis económica) no son una acumulación de casualidades increíbles, sino indicadores claros de que el último año está siendo un punto de inflexión en el colapso del capitalismo global y de la civilización industrial.
Un colapso socioeconómico y ecosistémico no es un hecho súbito, algo que suceda de golpe como el desmoronamiento de un edificio. Sino un proceso que dura décadas. Habrá momentos de cambios rápidos, como este año, otros más lentos e incluso otros (temporales) de vuelta a estadios anteriores. Probablemente, no habrá una “nueva normalidad”, sino una repetida “excepcionalidad” que sitúe a las sociedades en parámetros cada vez más alejados de lo que vivimos a principios del siglo XXI (y no precisamente en el sentido de un desarrollo ultratecnológico).
Esto no es una suerte de “determinismo ambiental”. Una cosa es que haya órdenes sociales imposibles por las condiciones ambientales existentes en el futuro cercano —por ejemplo, sin petróleo en abundancia no es factible mantener grandes urbes— y otra muy distinta es cómo serán esos órdenes sociales posibles, que están totalmente abiertos. Es más, están más abiertos de lo que lo han estado en los últimos dos siglos, al menos; pues cuando un orden se desmorona otros, múltiples, surgirán de entre sus ruinas y grietas.
Colapso y educación
En este proceso, las convulsiones sociales van a ser muchas y el sufrimiento de amplias capas de la población está casi garantizado. Por ello, una apuesta por la justicia y al democracia es central. La educación ecosocial es más necesaria que nunca.
Con la pandemia de covid-19, hemos vivenciado que lo que creíamos imposible está sucediendo. Los aprendizajes que hemos tenido, desgraciadamente con un coste social muy alto, han sido muchos y ricos. Hemos aprendido que para vivir necesitamos muchísimo menos que lo que nuestra economía globalizada produce. Hemos descubierto que se puede poner el cuidado de la vida por encima de la generación de beneficios. Hemos vivenciado como en realidad sí se puede parar la economía. Hemos experimentado como lo que más nos hace felices es el contancto con nuestros seres queridos. En todo caso, son aprendizajes frágiles y que, por lo tanto, necesitamos fijar. Esta es una labor y responsabilidad que recae en gran parte en los centros educativos. Nuevamente, la educación ecosocial es imprescindible en esta época.
Pero la educación no solo tiene que reforzar estos aprendizajes, sino que debe preparar al alumnado para aprovechar las oportunidades que van a brindar las crisis por llegar o, como poco, a ser resilientes a ellas y poder adaptarse al mundo que se abre. Aquí también emerge la centralidad de la educación ecosocial.
Pero, ¿en qué consiste dicha educación? Podríamos diferenciar cuatro grandes bloques de aprendizajes que deberían adquirirse en la escuela y que suponen elementos de ruptura importantes con lo que se está abordando en la actualidad.
1. El mundo en el que va a vivir nuestro alumnado estará marcado por fuertes cambios, que además podrán discurrir por caminos muy distintos. Ante ello, necesitarán aprender a:
- Asumir el cambio civilizatorio en marcha. Si no se produce esta asunción tendrán muy mermada su capacidad de adaptarse a él y de actuar para dirigirlo, aunque sea mínimamente.
- Desenvolverse en la incertidumbre.
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- Resolver problemas diversos.
- Desarrollar la creatividad.
- Desarrollar tolerancia ante la frustración, pero sin caer en el nihilismo.
- Crear tejidos relacionales densos. Solo así será posible garantizar esta satisfacción, pues en un contexto de desmoronamiento del orden actual, el Estado y el mercado no funcionarán igual. Es más, es probable que sean ámbitos que no estén al alcance de amplias capas sociales.
- Crear economías resilientes y justas. Por ejemplo, resilientes a un contexto con menos materia y energía disponible, con un clima más desfavorable para la vida humana o con un orden político social mucho más abierto.
- Valorar los cuidados de la vida. Estos son los elementos centrales para sobrevivir.
- Cultivar. Es probable que nuestro sistema alimentario, basado en los combustibles fósiles (de ellos depende la maquinaria, la distribución o los insumos) no se pueda mantener en el tiempo. Ante esa tesitura, aprender a cultivar será una herramienta de resiliencia personal determinante.
- Defenderse. Cualquier cambio de orden social y económico viene acompañado de fuertes convulsiones colectivas. Si además hay un descenso en la disponibilidad material y energética, como va a ocurrir, los conflictos con el control de los recursos son probables. Ante ello, aprender a defenderse colectivamente y de manera noviolenta es determinante.
2. Los seres humanos somos ecodependientes. Nuestros órdenes sociales y económicos posibles están en función de la energía y materiales que tengamos disponibles. También de los equilibrios ecosistémicos que existan. Por ello, es muy relevante valorar las implicaciones de la crisis ambiental profunda y global que vivimos que, incluso en el mejor de los escenarios, seguirá profundizándose. Algunos aprendizajes fundamentales serían:
- Asumir de manera profunda la ecodependencia.
- Asumir los límites planetarios.
- Tener una mirada sistémica.
- Venerar la trama de la vida la menos tanto como al ser humano. Sin una relación de profundo respeto, de admiración, incluso de integración espiritual con la vida, la relación armónica con ella será muy difícil.
- Concebir que la economía y la tecnología de Gaia son muy superiores a las humanas. La capacidad de reciclar, de obtener energía o de evolucionar hacia grados crecientes de complejidad es muy superior a la humana.
- Integrarse en los ecosistemas de forma armónica.
- Conocer los elementos clave de la crisis ambiental.
- Analizar los procesos que nos han llevado hasta la crisis ambiental global para no repetirlos.
3. Además de ecodependientes, somos interdependientes. Necesitamos de otros seres humanos para vivir con dignidad. Pero nuestra organización social hace que las tareas de cuidado de la vida estén muy mal repartidas. Están atravesadas por desigualdades estructurales en la distribución de la riqueza y del poder. Por eso, necesitamos:
- Asumir la interdependencia.
- Valorar la igualdad y la democracia.
- Desarrollar la empatía. Este es un pilar ineludible y fundamental de cualquier sociedad justa y democrática
- Tomar conciencia de cómo las crisis sin luchas fuertes incrementan las desigualdades.
- Analizar los procesos que nos han llevado hasta sociedades basadas en las desigualdades.
4. Todo ello se debe complementar con la capacidad para ser un agente de cambio ecosocial. De que la educación sirva, sobre todo, a la mejora colectiva. Los escenarios futuros por venir están muy abiertos. En una situación así, los grupos sociales que tengan capacidad de elaborar un buen análisis prospectivo del presente, de organizarse bien y de satisfacer sus necesidades, tendrán muchas posibilidades de influir en los nuevos órdenes sociales. Las posibilidades de un mundo democrático, justo y sostenible son ahora más grandes que en el siglo XX. También los riesgos de todo lo contrario. Para que el alumnado esté capacitado para ser un agente ecosocial necesita aprender a:
- Adquirir herramientas de transformación social noviolenta.
- Valorar que en colectivo la capacidad de acción (la libertad a fin de cuentas) es mucho mayor que de manera individual.
- Adquirir herramientas de transformación social noviolenta.
- Actuar en contextos polarizados. Porque es probable que la crispación social, conforme siga avanzando el colapso sistémico, no vaya a menos. Es más, es probable que una parte de la población abrace y actúe desde posiciones muy reaccionarias.
- Identificar las oportunidades de cambio social emancipador que se abren.
- Concebirse como un agente de cambio.
Herramientas para hacer esto realidad
Actualmente, se está elaborando una nueva ley educativa, la LOMLOE. Es una gran oportunidad para poner estos objetivos en el centro del currículo. Con una mirada confluyente con lo expuesto aquí, hay propuestas de Ecologistas en Acción, #EA26, Teachers for Future o, con algo menos de ambición, Redes por una nueva política educativa. En todos los casos, la importancia de que haya una competencia ecosocial aparece como central.
Para convertir esto en una realidad en el aula, desde FUHEM se ha realizado una extensa y detallada propuesta de objetivos ecosociales insertados de forma transversal desde infantil hasta bachillerato / FPB en las áreas de sociales, naturales y valores. Es más, se están elaborando materiales didácticos para poder trabajar con un enfoque ecosocial e interdisciplinar en el aula de ESO. Ecologistas en Acción y los MRP también han abordado un proyecto con objetivos similares, pero estructurado a partir de preguntas.